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martes, 24 de febrero de 2015

Bruckner, el hombre sencillo de las monumentales sinfonías

-Sobre la vida y el hombre 
-La presunta influencia Wagneriana sobre la música de  Bruckner y sus diferencias con la música de Brahms
-Diferencias y puntos en común con Mahler
-Estética y estilo de Bruckner
-Análisis de las Sinfonías de Bruckner
-Música religiosa. Obra sinfónico coral


Sobre la vida y el hombre  (1824-1896)
 
Nacido en Ansfelden, en la Alta Austria (1824-1896). De condición modesta, proviene de una familia de maestros y músicos aficionados. Estudió en Linz y se hizo también maestro para enseñar en las escuelas de los pequeños pueblos y finalmente en San Florián, donde tocaba el órgano. Obtuvo un puesto de organista en la Catedral de Linz en 1856. Pasados los treinta años emprende estudios de contrapunto en Viena. Autodidacta que llevo a cabo sus estudios con admirable humildad y gran obstinación.
 
 





En 1865, Bruckner viaja a Múnich para asistir al estreno de Tristán e Isolda. La música lo impresionó tanto que se convirtió en uno de los wagnerianos más entusiastas de Europa. Con Wagner estuvo varias veces. En una ocasión le dio la mano y Bruckner abrumado, doblo la rodilla, se llevó la mano a los labios y dijo: “¡Oh, Maestro, yo lo venero!” Su tercera sinfonía trasunta algo de esta veneración, aunque en su música, en su obra y en su vida, Bruckner nunca fue un wagneriano.

Los primeros años en Viena,  su vida es difícil: dificultades financieras y una fría recepción a su música. Sobrevive gracias a alguna clases particulares. “En mi vida habría venido a Viena si hubiese previsto esto.”
 
En esa Viena tan difícil para Bruckner, marcada por el partidismo musical, estaba la secta de Brahms y por otro lado la de Wagner, en la que queriéndolo o no se incluía a Bruckner. La prensa estaba dominada por los partidarios de Brahms y el propio Bruckner se veía sometido a constantes ataques. En 1868, es nombrado maestro de órgano y teoría del conservatorio de Viena y tres años más tarde profesor. Pero aunque sus obras van a ser mal aceptadas, varios grandes directores de la época empezaron a interesarse por su música. Su personalidad teñida con algo de zafiedad campesina, su aparente ingenuidad y algunas torpezas, le valieron la hostilidad y los sarcasmos de la Viena invadida por la frivolidad y llena de arrogantes prejuicios. Sin embargo, prestigiosos directores de la época como Richter y sobre todo Mahler, intentaron defender  su obra, pero sin llegar a imponerla verdaderamente.

Cuentan que el emperador se interesó por Bruckner, a lo que él contestó: “Majestad, si usted pudiera hacer algo para que el señor Hanslick cesara de escribir esas cosas terribles de mí.” El emperador le otorgó una pensión en 1891 y Bruckner pudo renunciar al Conservatorio y la Universidad. Fallece el 11 de octubre de 1896.
 
Bruckner fue un hombre sencillo, increíblemente rustico e ingenuo; actuaba en un estado de temor frente a la gente de la gran ciudad. Hijo de la naturaleza, no era un hombre muy culto, carecía de refinamiento, y solía decir inmediatamente lo que pensaba. Un día se acercó al majestuoso y adinerado Hans Richter al final del último ensayo de su cuarta sinfonía y le ofreció una propina y le dijo: bébase una jarra de cerveza a mi salud. El atónito director miró la moneda, se la metió en el bolsillo y más tarde se la colgó de la cadena de su reloj. Eran gestos que irritaban a unos y divertían a otros.
 
Sus torpezas como ser humano, le valieron menosprecios. A veces se cruzaba con Hanslick que enseñaba musicología y el pobre Bruckner se inclinaba y encogía ante la temida figura. Pero quienes mantenían cierta relación con él sentían una devoción parecida a que sentían en Francia por Cesar Franck y a veces se ha dicho de Bruckner que es el Franck alemán.  Por ejemplo Graf, gran crítico de la época se sintió impresionado por la música de Bruckner y lo veneraba.
 
 





El sinfonismo de Bruckner, tiene también otra constante que es su deseo de gustar, su ansia de darse a conocer. Tanto ansiaba que se ejecutase su música que permitía que los directores de orquesta hicieran con su música lo que les placía: cortar, alterar, modificar la orquestación, pulir las armonías ásperas.

Y es que Bruckner es finalmente un gran perfeccionista y rehízo sin cesar la redacción de sus sinfonías; de ahí la existencia de versiones autónomas de una misma obra, lo que ha creado un embrollo de ediciones. Actualmente se distinguen por una parte las ediciones debidas al alemán Robert Haas, que difunden las versiones originales (o con arreglos del propio Bruckner, la mayor parte de las veces efectuadas antes de ser ejecutadas en público.) Solo cuando se constituyó la Sociedad Internacional de Bruckner, en 1929, comenzaron a publicarse ediciones validas de la obra de Bruckner.
 
Leopold Novak (1904-1991)  ya en el siglo XX estableció  los pilares para la adecuada interpretación de la música de Bruckner. Estas ediciones de Leopold Novak, son posteriores y más completas sobre arreglos hechos por el compositor una vez ejecutada la sinfonía por consejos exteriores. Han desaparecido las ediciones hechas cuando aún vivía Bruckner y que se hacían a sus espaldas; ediciones iniciales de sus sinfonías entre 1878 y 1903 que a menudo llegaron al extremo de la falsedad
 
 





La presunta influencia Wagneriana sobre la música de  Bruckner y sus diferencias con la música de Brahms.
 
Bruckner adoptó algunos procedimientos wagnerianos, como las armonías  agudas y  el empleo de las tubas, pero su instrumentación nos recuerda siempre el órgano. En realidad lo que más impresionó a Bruckner de Wagner, fue la inspiración. Sin embargo Wagner y Bruckner difieren en muchos aspectos, y en algunos incluso son opuestos.  Bruckner no es partidario de la disolución formal, y escribe sinfonías aunque sin sujetarse a normas demasiado estrictas.  El poema sinfónico de Liszt no le causa ninguna impresión. Por otra parte  Liszt se dirige a la Iglesia mientras Bruckner se dirige a Dios. Para Bruckner las relaciones con Dios y con el mundo no eran un fenómeno literario como para Liszt y los artistas de su círculo. Bruckner no poseía la formación mundana de los demás.

Wagner y Bruckner difieren todavía más en otros aspectos. Bruckner cuando era maestro tocaba en los bailes de campesinos, no los olvidó jamás y los incorporo como elemento musical en sus sinfonías. No hay ni huella del folclore en Wagner, si acaso en los Maestros Cantores donde se cantan algunas antiguas melodías religiosas. Los corales y la canción popular, ultimas fuentes en Bruckner, son totalmente extraños en Wagner.
 
Hoy resulta casi incomprensible que los wagnerianos hayan utilizado antaño al austriaco Antón Bruckner para combatir a su contemporáneo Brahms en el terreno de la música instrumental. Bruckner es un hombre que ha cantado con total simplicidad sin aportar nada verdaderamente nuevo a la historia de la música alemana.

Es sobre todo un hombre de nueve sinfonías de enormes dimensiones compuestas en el espíritu del gigantismo que caracteriza a la música a la música germana “fin de siglo”, gigantismo al cual Brahms había escapado.
Con inocencia schubertiana, Bruckner elevó esos enormes edificios dándoles a veces una ligera coloración wagneriana que no basta para emparentarlo, como tanto se ha dicho, con Wagner, por quien sentía eso sí, una profunda admiración.

En 1865 asiste a la primera representación de Tristán e Isolda y conoce a Wagner a quien admiraba hasta la veneración. Veneración que inspirará varias de sus sinfonías (aunque no debemos sobrevalorar en ellas las huellas wagnerianas.)
 
Y la pregunta que podemos hacer es ¿estuvo Brahms realmente más alejado de Wagner que el propio Bruckner?
Ambos se mantienen fieles a la forma de la sinfonía y de la sonata
Bruckner que cultivo la forma, está cerca de Beethoven, como también de Brahms, a quien tanto se le opone.
 
Pero la diferencia que existe entre Brahms y Bruckner resulta casi palpable. Bruckner es originario de la católica Alemania del sur y cree en el barroco esplendor de San Florián y aunque Brahms no hubiera escrito su réquiem y los cuatro cantos graves, sabríamos que era protestante. Brahms rebosa intima fe en la Naturaleza y por ello permanece alejado de la Iglesia.
Lo mismo  Bruckner que Brahms son artistas románticos. Lo mejor a que puede dar origen el siglo XIX vive en ellos y muere con ellos. En el último decenio del siglo XIX  fallecen ambos.
 
Diferencias y puntos en común con Mahler
 
A pesar de las enormes diferencias entre estos dos compositores, es muy frecuente en la historia de la música la asociación a veces forzada de estos dos nombres. Intentamos arrojar algo de luz sobre el tema.
 
Probablemente la asociación de estos dos compositores venga determinada por la similitud aparente de su gigantesca producción sinfónica. Los dos compusieron, cada uno, nueve sinfonías. Nueve, numero mítico beethoviano. Ambos compusieron obras extensas y gigantescas. Sinfonías que por la magnitud, la energía y la orquestación superaron a las obras de Brahms.  Ambos se apoyaban en la canción popular austriaca, y construían movimientos enteros en el estilo de la melodía del Lände, cuyo origen hallamos en Schubert. Ambos estuvieron intensamente influidos por Wagner, y los dos sufrieron la influencia todavía más profunda de Beethoven: en concreto de la Novena Sinfonía, como ideal inalcanzable y pauta que permite medir la música entera.

En el caso de Bruckner esta fijación se observa en imitaciones conscientes o inconscientes. Son unas cuantas las sinfonías de Bruckner que comienzan con un tremolo grave en las cuerdas graves para pasar después al material melódico. Los movimientos lentos de las sinfonías  se hacen eco de los excelsos pasajes de violín del adagio de Beethoven.

Pero Mahler, tenía una fijación aún más profunda. Mahler era un neurótico obsesivo que temía la posibilidad de componer una novena sinfonía. La muerte que sobrevino a Beethoven, Schubert y Bruckner tras componer sus novenas, la veía Mahler como una amenaza real. Cuando Mahler completa su Novena, tacha el número nueve y la titula “La Canción de la Tierra”. Cuando compuso la Décima, le dijo  a Alma Mahler: “Ahora el peligro ha pasado porque por supuesto en realidad es la Décima porque realmente la canción de la tierra era la Novena”. Pero no había pasado, porque de hecho, falleció poco después.
 
Como dice Arnold Schoenberg en 1913, parece que la novena es el límite. Quien desea sobrepasarla, tiene que marcharse. Los que habían compuesto una Novena Sinfonía se acercaban demasiado al más allá
.
Bruno Walter, legendario director de orquesta y amigo de Mahler, pensaba que cada una de las sinfonías de Mahler era un nuevo intento de responder a las preguntas que lo apremiaban constantemente.

Sin embargo en Bruckner, encontramos sobre todo la intención de responder estas preguntas, pero en este caso no se expresan dudas. Bruckner a diferencia de Mahler, era un hombre devoto, con una visión simplista del mundo y del más allá. Dios es bueno y la música debe honrar a Dios.

Desde el punto de vista del temperamento, sería imposible concebir dos hombres tan diferentes como Bruckner y Mahler.

Al margen de las semejanzas que Bruckner y Mahler tuvieran, sus diferencias eran enormes. La música de estos dos hombres representa cosas diferentes, las polaridades sociales y filosóficas contrapuestas de un periodo. Bruckner busca el reposo, Mahler la inquietud; Bruckner la certidumbre, Mahler la duda. Bruckner la ingenuidad, Mahler el refinamiento; Bruckner el provincialismo, Mahler se nos hace mucho más universal. El intento de universalizar a Bruckner a la par que a Mahler solo se ha logrado a medias; pero en Alemania sin embargo, su gloria tiene carácter casi de mito. A mí personalmente me gustan más las sinfonías de Mahler que las de Bruckner, pero al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios. No puede ocultarse que muchos momentos de las sinfonías de Mahler me recuerdan muchísimo la música de Bruckner y tenemos un dato objetivo irrebatible, y es que Mahler es más joven que Bruckner.

Si la música de Bruckner provoca devoción fanática en muchos oyentes, la de Mahler crea un verdadero frenesí.
 
Estética y estilo de Bruckner

Antón Bruckner se hace sobre todo popular cuando se buscan en él los acentos tradicionales de la música romántica alemana.

Bruckner, capaz de romper una sinfonía para dar la razón a su enemigo, quiere tomar ante la música una postura beethoviana. Sus sinfonías inacabables, combinan la música ingenua, conmovedora por su misma ingenuidad, la sencillez de la inspiración con procedimientos wagnerianos, de lo que resulta un sofocante complejo de monumentalidad. Solo en momentos de pastoral placidez resulta Bruckner familiar para el público europeo.

Generalmente, la pasión está ausente de la música de Bruckner, y es remplazada por un gusto constante por la solemnidad que llega a veces a la grandilocuencia, un sentido muchas veces ingenuo de la descripción y una profunda y grave religiosidad.

El arte de Bruckner contiene acentos frecuentemente impresionantes, de real belleza, pues el fervor del hombre es grande y la destreza del artesano, muy fascinante. Pero la verdadera emoción, la emoción simplemente humana, parece estar excluida como por necesidad de las obras de este maestro a quien aplasta la grandeza de Dios y de la Creación.

Su música religiosa, lo es más que  la de Franck; sus obras para órgano, sus misas, su Te Deum logran una fusión de estilos muy diversos con el wagneriano. Bruckner es con todo un romántico y un gran músico teológico, quizá el más grande después de Schütz y Messiaen.

En el plano de la forma, sus sinfonías no son más que ampliaciones de la sinfonía beethoviana, pero no extensiones o amplificaciones debidas a necesidades del pensamiento.
En sus sinfonías, asistimos a una curiosa multiplicación de los temas, de los instrumentos, de los desarrollos.

Graf, que llegaría a ser el mejor crítico de Viena escribía acerca del método de Bruckner:
“La doctrina de Bruckner se apoyaba en dos fuertes pilares. El que inspiraba más respeto a Bruckner era la teoría de los “bajos fundamentales”, un mundo de espíritus en el bajo que acompañaba a las armonías. Por otra parte, estaba la teoría de las  “armonías naturales”, que origina las leyes de toda la belleza de la progresión armónica. Por doquier imperaba la ley y el orden, incluso la santidad. Así pudimos entender la grandeza y a veces la rigidez y la solemnidad de las armonías de Bruckner. Bruckner, meditaba acerca de los acordes y las asociaciones de acordes, como un arquitecto medieval contemplaba las formas originales de una catedral gótica. Era el camino que habría de llevarlo al Reino de Dios.”
 
Su música y en especial sus sinfonías proceden de un principio estructural que consiste en fecundar los distintos movimientos por medio de una célula madre que triunfa en la conclusión. Pero esta célula varia bastante poco de una a otra sinfonía lo que ha llevado a muchos a decir que Bruckner compuso muchas veces la misma sinfonía. Sus detractores se sienten irritados cuando la sinfonía de Bruckner desarrolla su característica procesión.

Esta procesión lenta, inexorable y solemne de las armonías constituye la esencia de la música de Bruckner.  Todo es intencionado en las sinfonías y la música coral de este autor. Sus primeros movimientos eran tan amplios y majestuosos, necesitaban tanto tiempo para desenvolverse, que suenan como adagios en los  oídos de los oyentes.
 
La música de Bruckner, con su arco gótico, su tremendo alcance, sus sonoridades semejantes a las de un órgano, su grandeza en el tiempo y el espacio, es una música de convicciones, esencialmente parecida a una catedral, y a veces puede pensarse que se necesite ser creyente para identificarse con ella.
 
Los movimientos de Scherzo de sus sinfonías utilizan danzas austriacas. Los terceros tiempos de Mozart evocan la corte; los de Haydn a los campesinos; los de Beethoven a los dioses que juegan. Pero los de Bruckner evocan cierta forma de ideal religioso que incluye a la naturaleza.  La religiosidad,  es por tanto un rasgo que marca a sus nueves sinfonías y por supuesto a sus misas y obra coral religiosa.
 
Si la música de Bruckner origina una reacción apocalíptica en los fieles, es irritante e incluso carece de sentido para otro grupo de oyentes. Los que no se sienten atraídos por la música de Bruckner, les molesta la repetición de material que desde el principio mismo no les parece muy sugestivo. Lo que parece noble y eleva a un campo, para otro es exagerado y aburrido. Lo que es energía para unos, representa laxitud para el otro.
 
En cuanto a la orquestación de las sinfonías sufre bien evidentemente la influencia de la registración organistica. Wilhelm Furtwängler decía de su estilo sinfónico que era una especie de mística gótica.

En todo caso, Bruckner fue una figura aislada. A diferencia de Mahler no tuvo seguidores. En la actualidad, las siete misas, él Te Deum y las nueve sinfonías parecen todas compuestas a la luz de San Florián y no faltan las reticencias a su música hoy. Los detractores de Bruckner siguen siendo numerosos en Francia (como lo son también de Sibelius o Nielsen) y  nunca intentan comprender su espíritu. Pero en su música hay algo que apela a un aspecto de la psiquis moderna, y como consecuencia sus sinfonías se han convertido  en un aspecto fundamental del repertorio en los últimos años.  Su atracción reside en su fe inconmovible, en su reposo y en su serenidad sin apremio, cualidades que muchos aprecian anhelan hoy.
 
Las Sinfonías de Bruckner
 
Ante la presentación de las nueve sinfonías, se impone mencionar una obra de la que el músico nunca se mostró satisfecho y que el mismo la declaró nula. En el catálogo sin embargo figura como la Sinfonía 0 y parece que se compuso entre 1863-64. Para Bruckner no es válida y solo es un ensayo, pero no destruyó la partitura. La obra no se estrenó hasta 1924 y su autor no la escuchó nunca.
 
Sinfonía nº 1 en do menor (A 77)
 
Empieza a proyectarse en 1865 y fue como otras de sus sinfonías objeto de revisión. Recordemos que en 1856, Bruckner asiste deslumbrado a la representación de Tristán e Isolda y también marcará al compositor el estreno del Oratorio, La Leyenda de Santa  Isabel, de Liszt. No cabe duda de que el ejemplo de la orquestación Lizstiana será determinante como el de Tristán. La primera audición de la sinfonía tiene lugar en 1868.
 
Son sus cuatro movimientos: Alegro molto moderato, adagio, Scherzo y Allegro con fuocco. Al contrario que en la siguientes sinfonías, esta es una sinfonía rápida sobre todo en sus dos movimientos extremos, a la que anima un espíritu de conquista completamente extraño al clima espiritual de las grandes meditaciones sus sinfonías posteriores. Es por tanto una obra única en toda la producción bruckneriana.
 
Del Allegro molto moderato, destaca su primer tema, muy dulce, de colores sombríos, pero de enérgica agresividad. El segundo tema es esencialmente lirico y el tercer tema, de carácter heroico, más amplio y poderoso. El adagio, está rodeado por la ambigüedad tonal. El Scherzo a veces se compara con una danza macabra y se caracteriza por su fogosidad. También resuenan en él ecos campestres que nos hace soñar con una melodía de danza popular austriaca.
 
Sinfonía en do menor nº 2 (A 93)
 
En la misma tonalidad que la primera sinfonía, pero más clara y más aérea. Fue apodada, Sinfonía de la Alta Austria. La obra fue escrita sobre todo en Viena a partir de 1871 y terminada en 1872 en San Florián. Fue objeto de varias modificaciones posteriores.
 
Esta sinfonía sin embargo, no goza de la misma audiencia que la primera ni las posteriores. Pero ya podemos percibir en ella, un agrandamiento de la forma. Liszt a quien fue  dedicada, se mostró entusiasmado  y se esforzó aunque en vano para que se interpretara.
 
Son sus movimientos: Moderato, Adagio, Scherzo y Fínale. El Adagio (un poco animado) tiene el carácter de un andante y es una ilustración perfecta de la manera en la que Bruckner elabora un movimiento sinfónico nutriendo el material temático de figuraciones melódicas y armónicas.
 
Sinfonía nº 3 en re menor (Sinfonía Wagner) A 94
 
Dedicada al autor de Tristán, inmensamente admirado por Bruckner. Es una obra bisagra que se desmarca de las sinfonías precedentes sin llegar a alcanzar el nivel de las siguientes  y como otras de sus sinfonías, sufrió varias modificaciones de redacción y edición. Fue escrita entre 1872-73 y quedo inédita hasta su publicación en 1877. Su fracaso inicial, llevó al compositor a revisarla varias veces.
 
Bruckner envió las partituras de su segunda y tercera sinfonías a Wagner, pidiéndole que eligiera la que más le gustara, con el fin de dedicársela. La leyenda cuenta que Bruckner visitó a Wagner para preguntarle qué sinfonía había elegido, pero que aquella tarde ambos bebieron tanta cerveza juntos, que al volver a casa, Bruckner no podía recordar cuál había sido la partitura elegida. Envió una nota a Wagner preguntando "¿La sinfonía en re menor, donde la trompeta empieza la melodía?". Wagner contestó: "Si. Saludos. Richard Wagner". Desde entonces, Wagner se refirió a él como Bruckner el de la trompeta, y se convirtieron en grandes amigos. En la dedicatoria, Bruckner se refirió a Wagner como el mundialmente famoso, e inalcanzable noble maestro de la poesía y la música.
 
En la versión todavía permanecen citas de Wagner: el motivo del “Liebestod” de Tristán und lsolde, el del “sueño” de Die Walküre, el “Preislied” de Walther en Die Meistersinger, el inicio de la Obertura Fausto. Y entre estas, otras procedentes del “Miserere” de la propia Misa en re menor de Bruckner además de varias de otros compositores, ya sean alusiones beethovenianas de las Sinfonías Tercera y Novena, el característico “motivo de la cruz” utilizado por Liszt en su Misa solemnis “Graner Mass”, y otro del oratorio sobre Las siete últimas palabras de Haydn. Esta versión fue publicada modernamente por Nowak en 1959 y es la que habitualmente se interpreta desde su estreno en Viena, el 21 de diciembre de 1890.
 
Su radiante lenguaje orquestal, su color armónico inundado de tensión cromática y su textura alternante entre la homofonía monumental y el talento contrapuntístico, se organizan en el formato sinfónico tradicional de cuatro movimientos, desarrollando temas que consiguen climas fervientes e intensos. Su fe profunda está en la base del discurso, y lo conecta con su concepción mística del sonido.
 
Son sus movimientos: Moderato con moto, Adagio quasi andante, Scherzo y Fínale (allegro)
 
El movimiento wagneriano es el adagio (en el segundo tema y hacia el final con una clara reminiscencia del motivo del sueño del tercer acto de la valquiria.)
 
Sinfonía nº 4 en mi bemol. Romántica (A 95)
 
Esta sinfonía concluida entre 1881-84  inaugura, la tonalidad en re mayor. La sinfonía núm. 4 está impregnada de comienzo a fin por un sentimiento místico, Es una de las obras más luminosas del compositor, y bastará con darse cuenta del papel preponderante que desempeñan las trompas.
 
Bruckner elaboró para esta sinfonía un “programa” con resonancias medievales (como les gustaba hacer a los románticos) que justificará precisamente el subtítulo especialmente para el Scherzo de caza, que en gran parte ha sido el que ha hecho popular la obra. También llamada por algún comentarista como sinfonía del bosque, como lugar donde los antiguos germanos realizaban sus ritos sagrados. El bosque como la catedral más esplendida que el señor de los mundos había construido con sus propias manos y que va a inspirar al compositor un profundo sentido religioso.
 
Son sus movimientos: Allegro molto moderato, andante quasi allegreto, Scherzo y Fínale.
 
El allegro molto moderato  (movido pero no demasiado rápido). Es un movimiento complejo en forma sonata pero de una escritura clara y legible, sin duda el más perfecto de los que había concebido Bruckner hasta entonces.

sinfonia nº 4 - I Allegro molto moderato
 
El primer tema magníficamente presentado por la trompa representa el amanecer heroico sobre las tinieblas del bosque. Como indica Bruckner, el día es anunciado por la trompa, que imagina sobre una imaginaria ciudad medieval. Como en tantas ocasiones ocurre en Bruckner, y como señala Eugenio Trías, este tema presentado por la trompa que es como vestir con un rayo de luz la creación sinfónica, al estilo de Beethoven en la novena sinfonía. Como un desperezarse gigantesco.  El tema se desarrolla, grandioso y heroico (“Se abren las puertas sobre orgullosos corceles, los caballeros salen hacia la campiña, indica Bruckner)
 
El segundo tema, evoca dice Bruckner  la canción del pájaro carbonero, que sirve de base rítmica al tema, y que vislumbra un mundo mejor, un mundo de amor en el sentido más cristiano de la expresión.
 
El segundo movimiento andante, quasi allegretto. Es una marcha fúnebre en la tonalidad principal de do menor. Realmente es un movimiento más melancólico que de duelo y para muchos comentadores, muy Schubertiano; pero si eventualmente debe algo a Schubert es por su simplicidad. Bruckner lo describió como canción, plegaria y serenata.

Sinfonia nº 4 - II Andante quasi allegreto
 
El tercer movimiento, Scherzo (agitado). Es el célebre cuadro de caza y el movimiento más fantástico de la obra, atravesado por toques de caza, ruidos de jauría, llamadas de los cazadores.

Sinfonia nº 4 - III Scherzo
 
El cuarto movimiento, Fínale, (animado pero sin precipitación), un largo y misterioso preámbulo en ostinato, precede en medio un crescendo cada vez más reñido, el enunciado fortissimo (la orquesta al unísono) del tema principal.  De la niebla y el ocaso se pasa por el terror del bosque y las tormentas. Bellísimo es el tema que más tarde cultivará con profusión Mahler que son como desfiles medio fúnebres,  medio lastimeros que rememoran la niñez. La sinfonía termina en un gran hosanna en el que se afirma, ampliada a las propias dimensiones de la Creación que contempla la potencia visionaria de la música.

Sinfonia nº 4 - IV Finale
 
Sinfonía nº 5 en si bemol mayor (A 96)
 
Colosal y suntuosa sinfonía, la más teológica del músico y que nunca llegó a oír. Bocetada en 1875, fue terminada en 1878 y estrenada en 1894. Se le ha llamado por algunos la Sinfonía de la Fe, gigantesca catedral sonora. Según el mismo compositor decía, “lo mejor que he escrito en materia de contrapunto.” La obra exige un compromiso total de toda la orquesta y de los directores que la abordan. Según los entendidos, se recomienda a los neófitos en Bruckner no escucharla hasta haberse familiarizado un poco con el universo Bruckneriano; las sinfonías cuarta y séptima ayudarán más que la Quinta.
 
Es su primera obra maestra incuestionable. Lo que en las sinfonías anteriores algunas veces parece afectado, con cliches o ampuloso, ahora está investido con un infalible poder emocional. Por primera vez Bruckner parece tener el pleno dominio de su ritmo lento, de sus pausas frecuentes, de las yuxtaposiciones de materiales diferentes y de la construcción en bloque. Así que la sinfonía, a pesar de su extremada longitud, es ajustada y económica.
 
Son sus movimientos: Allegro, Adagio, Scherzo y Finale
 
El primer movimiento (Adagio-allegro) con una introducción lenta esencial que presenta varios elementos temáticos que volvemos a encontrar ulteriormente. Para justificar ese largo preámbulo, los comentaristas se han entregado a interpretaciones mistico-filosoficas: soledad y decepciones terrestres del hombre, su revuelta y llamada a la fe y su liberación. Es claro el impulso religioso. El allegro que le sigue, está construido sobre tres temas, de los cuales el primero es sin duda una de las más bellas inspiraciones de Bruckner, a la vez generosa y acerada.
 
El segundo movimiento, Adagio (muy lento) en re menor es de nuevo una de las más bellas paginas Brucknerianas, a la vez serena y tensa y que parece reflejar las angustias y las aspiraciones del ferviente católico que fue el  músico. La página  tiene una estructura formal más simple y depurada que el allegro precedente.
 
En  cuanto al cuarto movimiento, Fínale, aparece preocupado por la forma cíclica. Destacamos el tema fugado, que es un coral, y es  lo esencial del desarrollo y la reexposicion. Asistimos finalmente a una doble fuga, en la que se manifiesta toda la ciencia contrapuntística del músico. En la coda, digna apoteosis de la obra, cantan las trompetas y los trombones el tema coral. La orquesta de estos sonidos, es sin duda lo más sublime que se haya producido nunca (Ernest Kurth). Al oyente  menos exagerado quizá le parezca otra cosa.

Bruckner: Symphony No.5

Sinfonía nº 6 en la mayor (A 105)
 
Fue empezada en otoño de 1879 y terminada en 1881. Mientras Hans Richter había conseguido hacer triunfar  la Quinta sinfonía, lo que valió al músico ser calificado como el Schubert de su época. La sexta pues es acabada en un clima de euforia. Pero la sexta es la menos interpretada y parece que sigue sufriendo la doble vecindad de la monumental Quinta  y de la espléndida Séptima.

Aunque posee muchos rasgos característicos de las sinfonías brucknerianas, difiere también sustancialmente del grueso de su producción. Redlich ha ido más allá y señala la ausencia de huellas del estilo bruckneriano de compositor de sinfonías en la Sexta, dado el desconcierto de crítica y público ante la obra. Muchas veces es considerada como el patito feo de la producción sinfónica de Bruckner. Con todo la Sexta no sólo produce una inmediata sensación de rica y expresiva individualidad. Sus temas son excepcionalmente bellos, ejemplo de ello es su precioso adagio; sus armonías contienen momentos audaces y al mismo tiempo sutiles; su orquestación es la más imaginativa que Bruckner ideó jamás y muestra un dominio tal de las formas clásicas que llegó a impresionar a Brahms.


Bruckner: Symphony No.6

Sinfonía nº 7 en mi mayor.

Algunos brucknerianos, discuten hoy la supremacía de la séptima sinfonía que junto al bello filme de Visconti, Senso, ha hecho más por la fama del compositor que todas sus demás obras. Parece que como resultado y florecimiento de un arte perseguido durante largo tiempo (claridad de la arquitectura, plenitud irradiante de sus temas), la Séptima sigue siendo con la Cuarta, la más tocada, la más grabada y la más apta para convencer al melómano refractario al universo brukneriano. Es también la que valió al músico un triunfo sin precedentes cuando se estrenó en 1884. Fue bocetada en 1881 y terminada en 1883.

Destaquemos un detalle en la culminación del Adagio, cuando se escucha un golpe de platillo. No está escrito en la partitura autográfica sino sobre un pedazo de papel pegado al lado de la página correspondiente con la mención de “no vale”. Por lo general los directores suelen conservarlo, tan sorprendente es el efecto que produce. Aunque dedicada al Rey Luis II de Baviera, en realidad es un homenaje a su muy venerado Wagner que habría de morir enseguida. Cuando compuso la obra, Bruckner había estado en Bayreuth para escuchar el estreno de Parsifal y había visto al maestro por última vez.

El adagio sublime es sin duda un emocionante in memoriam. Señalamos asimismo la utilización por primera vez de las tubas Wagnerianas en la Séptima, admirablemente explotadas sus sonoridades. Es una obra inmensa,  plagada de todo aquello que los románticos expresaban como sentimiento y emoción

Son sus movimientos: Allegro moderato, Adagio,  Scherzo vivace y Fínale.

El Allegro moderato es todo un alarde de intensidad serena, con melodías de aparente sencillez, es un Bruckner verdaderamente inspirado.

Bruckner: Symphony No. 7 in E major (1/4) - Allegro moderato

El Adagio (con lentísima solemnidad). Es para muchos la página más emocionante de toda la música bruckneriana, toda ella inspirada por un sentimiento de duelo. La cuerda grave y las tubas wagnerianas enuncian un primer tema desolado. El segundo motivo, sirve de contraste sobre un arrullo sobre las violas y los cellos, los violines parecen expresar un consuelo.

Bruckner: Symphony No. 7 in E major (2/4) - Adagio

Impresión, conmoción, turbación y desasosiego, plenitud romántica, son calificativos que se han empleado para describir el adagio y que poco pueden ayudar a lo que Bruckner maravillosamente supo expresar.

El scherzo vivace es un movimiento esencialmente rítmico. Y el Fínale (movido pero no demasiado rápido) está  escrito en la forma sonata con dos temas firmemente arquitecturados. El primer tema está emparentado con el comienzo del momento inicial de la obra, pero aquí el drama cede a una energía bien controlada. Arranca con un optimismo lirico y concluye con un amplio y poderoso pasaje. El segundo tema está tratado en forma de coral expresivo. Influencia wagneriana, sabor romántico y personalidad bruckneriana hacen de este movimiento final casi un himno.

Bruckner: Symphony No. 7 in E major (3/4) - Scherzo
Bruckner: Symphony No. 7 in E major (4/4) - Finale

Con la Séptima, Bruckner encuentra su vía real y por fin un público. Poco después se ejecutan, su Quinteto para cuerda en fa, su Te Deum y también su Primera sinfonía  y luego la Tercera. La Séptima recorre pronto el mundo y así lleno de confianza comienza su Octava.

Sinfonía nº 8 en do menor (A 117)

De todas las sinfonías de Bruckner, la Octava es la más monumental, un inmenso fresco con el que se cierra la música del siglo XIX. “Coronación de la sinfonía romántica.” Aunque este es un punto que puede ser discutible. De su inmenso Finale, Aramand Machabey, escribe: “que representa el arte de la sinfonía en el sentido de Arte de la fuga de Bach.”

La obra fue compuesta entre los años 1884-87. Bruckner pretendía estrenarla ese mismo año, pero desgraciadamente el mismo director que había estrenado la Séptima (Hermann Levi), que no apreciaba la obra, desalienta al compositor hasta llevarle a la obsesión  del suicidio. Bruckner emprende entonces una fiebre revisora. Y no solo revisa la Octava, sino también la Tercera y la Primera. Todo esto le impidió terminar la Novena. Estrenada finalmente en 1892, fue elogiada y aclamada casi unánimemente.

La Octava, a veces es subtitulada, como Sinfonía del Destino por analogía con la Quinta de Beethoven. Pero en ello, hay un abuso del epíteto: Beethoven está lleno del Hombre que, sobre un mundo épico afirma finalmente su victoria. Bruckner sin embargo está lleno de Dios: el hombre, el artista, tiene por misión revelar la verdad divina y lucha por esta revelación. Es pues esta lucha, y no un destino, lo que expresa en la Octava sinfonía, con sus derrotas y esperanzas.

Sus movimientos son: Allegro moderato, Scherzo (excepcionalmente en segunda posición, como en la Novena de Beethoven), Adagio y Finale.

Los efectivos orquestales, son impresionantes. Nunca se habían alcanzado, excepto en Berlioz, y solo Mahler en el terreno sinfónico, los sobrepasará más tarde.
De todas sus sinfonías, es la más grandiosa, pero no quiere decir que sea una obra fácil o superficial.

El Allegro Moderato, está construido en la forma sonata. La coda, que recoge el tema principal, concluye pianissimo sobre una lejana escansión de los timbales (la hora de los muertos, según decía Bruckner) y ligeros pizzicati de la cuerda grave, de todo lo cual se desprende una impresión de trágica desesperación.

Bruckner Symphony no. 8 1st Mov. 1/2 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 1st Mov. 2/2 Karajan VPO 1979

El Scherzo. La partitura de la versión original, lleva una mención interesante: “Miguel sueña con su vuelta al país”. Miguel, el tipo de campesino austriaco, de fuerte personalidad, tenazmente ligado a su tierra. ¿Es esta la indicación de un programa? Más bien es la expresión nostálgica, por momentos fantasmagórica, sentimental y casi religiosa a la vez de un profundo arraigo.

Bruckner Symphony no. 8 2nd Mov. 1/2 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 2nd Mov. 2/2 Karajan VPO 1979

El Adagio inmenso, constituye la cima del arte de Bruckner en los contrastes expresivos de tensión y relajación. Su esquema nos recuerda el sublime adagio de la Séptima, pero por los subyugantes movimientos de  la cuerda,  se ha de resaltar la superior conjugación orgánica del adagio de la Octava, basada en la mayor  homogeneidad del material temático que gira en torno a la idea del coral ascendente. La idea Wagneriana, derivada de Parsifal, del crescendo constantemente detenido en su progresión, cobran en este adagio proporciones de misticismo y sensualidad, que solo Mahler en las sinfonías Novena y Tercera alcanzan a igualar.

Bruckner Symphony no. 8 3rd Mov. 1/3 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 3rd Mov. 2/3 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 3rd Mov. 3/3 Karajan VPO 1979

El Finale (solemne sin precipitación). Va a ser el último final compuesto por Bruckner, ya que el de la Novena no será acabado. Tiene tres temas. El primero, muy rítmico y percusivo. El segundo, mucho más melódico y lirico, descrito por Bruckner como una transfiguración que recuerda a un gran coral, casi un himno. El tercero, puede recordar a un aire de marcha que resaltan las cuerdas. El movimiento desemboca en una amplia coda, extraordinaria conjugación de los principales temas de los cuatro movimientos. Ningún final en la obra bruckneriana había desplegado hasta ahora tanta fuerza, tal plenitud en la exposición. Un final que es un punto de convergencia cíclica, un trabajo contrapuntístico que apenas si tiene equivalente en la historia de la sinfonía, que termina en un conclusivo do mayor.

Bruckner Symphony no. 8 4th Mov. 1/3 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 4th Mov. 2/3 Karajan VPO 1979
Bruckner Symphony no. 8 4th Mov. 3/3 Karajan VPO 1979

Interesante la opinión del director cubano Eduardo Chivas en un artículo, llamado “Bruckner y la experiencia sublime”: El final más exitoso de cualquier sinfonía de Bruckner; largo y complejo, lo cual dificulta poder llegar al final en forma coherente. Pero el camino puramente humano y heroico planteado en esta Octava sinfonía desde su comienzo hace posible que Bruckner, logre un desenlace exitoso ya que el movimiento se desarrolla con una lógica tan convincente como compleja. Así llegamos al final con una fuerza y contundencia sin precedentes en su obra. Una actitud firme, decidida y fundamentada en la ética heroica que proporciona la mejor posibilidad de lograrlo. Logra su momento más sublime y su final más convincente en la más humana y heroica de sus sinfonías. Al final tendríamos que poner en duda la religiosidad de lo sublime, más bien parece , que el contenido religioso se lo damos nosotros, según la actitud que tengamos frente a esa experiencia y no que dicho contenido sea una cualidad intrínseca de ella.”

Bruckner: Symphony No.8 - Giulini/WPh

Sinfonía número 9 en re menor

Los bocetos datan del verano de 1887. Pero el rechazo de la Octava desalienta al músico que no vuelve a la Novena hasta 1891. Termina el soberbio Adagio, pero la muerte le llegará sin escribir el Finale. Es por tanto su sinfonía Incompleta. Se ha discutido si habría que reconstruir o no, el Finale, a partir de los bocetos. Parece que la conclusión es que la sinfonía debe quedarse en ese Adagio, como mensaje de paz eterna, paz a la que Bruckner aspiraba ardientemente. Recordemos que la Novena está dedicada “A la mayor Gloria de Dios.”

La Novena, es realmente la del Adiós, como lo prueban los múltiples recuerdos que contiene de fragmentos y motivos de obras anteriores y que aquí se magnifican: Kyrie y Miserere de la Misa en re menor, o Benedictus de la misa en Fa; citas del tema fugado del Finale de la Quinta Sinfonía, del tema principal de la Séptima, del adagio de la Octava. A todo lo que puede añadirse la tonalidad de re menor que es la del réquiem de Mozart.

Son sus movimientos: Misterioso, Scherzo, Adagio.

El Misterioso (solemne, misterioso) está en forma sonata con los tres temas. En el tercer tema utiliza varias ideas en forma de un crescendo continuo y llega una repetición ordenada de los temas de base, que los metales llevan a una intensidad sobrehumana, como si estuviéramos al borde del infinito.

Symphony No. 9 D minor" (1.Mov.) ( Misterioso )

El Scherzo (movido, vivo) es uno de los más bellos de Bruckner, el más masivo y el más terrorífico. “Una sima dantesca, un infierno en el que se retuercen aquellos a quienes se ha negado la esperanza” (Harry Halbreich). “Temas sin piedad…armonías alteradas, orquestación acida”, como ha señalado Jean Gallois., todo está hecho como para evocar un mundo apocalíptico de condenados.

Bruckner - Symphony No. 9, 2nd Mov ( Scherzo)

El Adagio (muy lento y solemne). El autógrafo (Adiós a la Vida), traducido en forma de coral que hacen resplandecer la tubas. El coral nos lleva a un segundo grupo temático y entonces en un último y poderoso tutti que cubre la casi totalidad cromática, el mundo terrestre parece abolirse y se entreabren delante del menestral de Dios las puertas de la eternidad.  Hay quien entiende que el maravilloso adagio de la Novena de Mahler es un homenaje a la memoria de Bruckner.

Sir Gilbert Levine conducts Bruckner Symphony No. 9, Mvt. 3 ( Adagio)

 Bruckner: Symphony No.9

El resultado de esta sinfonía es una música de tremendo impacto emocional, desde el poderoso primer movimiento, a través del demoníaco scherzo, al tortuoso adagio.

Legado sinfónico

Como varios comentaristas han mencionado, Bruckner decidió tanto su estilo como su concepción de la forma sinfónica muy temprano en su carrera y posteriormente los refino pero nunca los modificó. A diferencia de un compositor como Beethoven, cuya comprensión de la sinfonía y cuyo estilo personal cambió a lo largo de los años, Bruckner encontró muy pronto su visión artística única y después exploró, incluso con mayor sutileza, las implicaciones y posibilidades de su lenguaje.

Música religiosa. Obra sinfónico coral

De la producción propiamente sinfónico religiosa y coral, deben destacarse ocho misas de las que tres estas numeradas y se interpretan con regularidad.  La Misa en re menor número 1 (1864), la Misa en mi menor (1866) y la Tercera Misa en Fa menor (1867), que es la más interpretada. No podemos dejar de mencionar su Te Deum para coro y orquesta (1885) y  el Salmo 150 para coro y gran orquesta (1892). Compuso además más de treinta motetes.  Entre sus obra corales, se encuentra la gran obra coral, cantata secular,  Helgoland para coro de hombres y gran orquesta (1893)

El increíble impacto de las óperas de Wagner influyeron de forma decisiva en Bruckner y le condujeron a componer en un lenguaje colosal.  Pero Wagner desplegó su genio en composiciones para la escena, mientras que Bruckner prefirió trasladar las proporciones épicas de la ópera de Wagner a sus sinfonías y a su repertorio sacro.

Bruckner aparece en la música religiosa coral con un carácter un tanto distinto al que muestra en su creación sinfónica. Podrían unificarse en un par de conceptos: mayor hondura y más efectiva expresividad. No familiarizarse con el Bruckner coral y organístico es casi una traición, suavizada por cierta asiduidad del Te Deum y alguna Misa; porque la última verdad del músico está en estas páginas corales, mientras en las sinfonías reside su gran esfuerzo, el estirón de un genio.

Sus tres Misas y su Te Deum y motetes, son la manifestación de su misticismo religioso bajo el prisma de la estética wagneriana. Descendiente de una familia católica romana, consideró su trabajo creativo como una ofrenda a Dios. “Cuando Dios al final me llame y me pregunte que has hecho con el talento que te he dado, entonces yo le presentaré la partitura de mi Te Deum y espero que me juzgue con piedad.”  Sus tres misas, son trabajos serios y maduros y en ellas ya exhibe Bruckner un estilo distintivo al que le había costado mucho llegar.

El compositor austríaco, de un profundo catolicismo rayando el ascetismo, escribía gran parte de su obra (también nos atreveríamos a decir sus magnas sinfonías) con el único objetivo de honrar y exaltar en todo momento la omnipotencia divina.

Su Misa nº 3 en fa menor  es, junto al Te Deum, quizá la pieza más aclamada de toda su producción sacra.
Cronológicamente esta Misa, está  situada entre sus dos primeras sinfonías. La Misa presenta un tratamiento sinfónico, con sus temas musicales vigorosamente cincelados, apreciándose la técnica del leitmotiv wagneriano pero también el uso de la pasta orquestal beethoveniana, anunciando ya sus grandes sinfonías futuras.

La Misa en fa menor  está  atravesada en gran medida de la escritura sinfónica de su autor: acentos heroicos y épicos mediante los metales doblando las cuerdas y el fastuoso redoble de timbal; ostinatos y progresiones mantenidas que acrecientan la tensión, y demás grandilocuencias orquestales tan queridas a su estilo compositivo. La Misa es una obra repleta de contrastes cuyo motivo de alabanza a Dios no parece tener nunca fin. Especialmente amplias presenta el compositor las secuencias segunda y tercera: tras el vigoroso allegro rematado con una doble fuga que es el  Gloria  llega el clímax de la obra, el monumental Credo, La atmósfera apacible del Sanctus y del Benedictus preparan después el luminoso Agnus dei, final con el que concluye este gran fresco religioso El Kyrie inicial, bien podría pertenecer a una ópera wagneriana.

Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Kyrie
Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Gloria
Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Agnus Dei
Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Credo
Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Sanctus
Anton Bruckner - Mass No. 3 in F minor - Benedictus

Bruckner: Mass No.3 - Herreweghe

Una pieza sinfónico-coral que es toda ella un osado reto para la masa coral.

TE DEUM
 
Entre los años 1881 y 1884 compone él Te Deum (para solos, coro y gran orquesta), con lo que es esta obra contemporáneo de la sexta y la séptima sinfonía. Esta es la obra donde Bruckner mejor afirma la maestría de su lenguaje musical y la vivacidad y fuerza de su fe. Tiene cinco partes (Te Deum; Te, ergo quæsumus; Æerna fac; Salvum fac populum; e In te, Domine, speravi).  Él Te Deum, para solistas, coro y orquesta, fue estrenado en 1896 en Viena bajo la batuta de Hans Richter.
 
Él Te Deum, es pieza ungida de una piedad tan penetrante que Gustav Mahler tachó las palabras “para coro, voces solistas, orquesta y órgano ad libitum” de la portada de su ejemplar y escribió “para lenguas de ángeles, corazones castos y bendecidos en el Paraíso y almas purificadas por el fuego”.

Él Te Deum es una de las más bellas páginas de Bruckner y de la música religiosa y constituyó un digno corolario del creador austríaco.
Este himno cristiano de gozo y agradecimiento  del repertorio católico romano,  no fue compuesto para una ocasión especial, sino dedicado “a la gloria de Dios”, mostrando el fervor religioso que era una constante en la vida del compositor. En él Te Deum se puede apreciar la maestría de Bruckner para la composición coral, sumado al lenguaje orquestal post-romántico característico. El tratamiento que de este himno Ambrosiano hace Bruckner es impresionante; en realidad, todo lo que hace Bruckner es de una sensibilidad cuya profundidad a veces nos llega a asustar.
 
Bruckner Te Deum
Bruckner - Te Deum

Utilizando recursos altamente románticos, Bruckner materializó por medio de su música la arquitectura y la teatralidad del espíritu religioso barroco que también se halla presente en los monasterios austriacos del barroco.


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